EL TEPEHUAJE QUE ARDÍA




Esto sucedió cerca del poblado de El Pochote, municipio de Teloloapan. Este poblado está ubicado sobre la carretera federal Teloloapan- Arcelia, a unos quince minutos de la ciudad de Teloloapan. Ahí, a bordo de la carretera, hay una desviación que va para Ixcapuzalco y para el Estado de México; y justo allí, en ese crucero, está el poblado de El Pochote.

En ese crucero, a mano derecha y a un lado de la carretera antes mencionada, hace algunos años estaba ubicado un restaurante. Toda la gente que viajaba de Teloloapan rumbo a Arcelia o viceversa, podía pasar a ese restaurante a comer o a tomar un refresco o un aperitivo. Por tal motivo, ese negocio contaba con tres empleados. Dos de estos eran mujeres y el otro era hombre. Este último empleado, era un joven de unos veinte años, el cual era del poblado de Tenantitlán. Dicho poblado se encuentra como a unos quince kilómetros de distancia del crucero de El Pochote. Este empleado se llamaba Andrés y todos los días tenía que levantarse tempranito, a las cinco de la mañana, para poder llegar a las seis y media a su trabajo, ya que lo hacía caminando por unas veredas que atravesaban un cerro y unas lomas, y de esta manera cortaba camino y así podía llegar más rápido.

Tenía que hacerlo a pie, pues el camino era de terracería y daba muchas vueltas, lo cual hacía más tardado el recorrido. Aparte de que, para esos poblados, no existía transporte. Por tal motivo, la mayoría de la gente tenía que trasladarse en bestias (caballos y burros) o a pie. Lo mismo tenía que hacer de regreso a su casa, tenía que irse a pie, y a veces se le hacía noche, pues si había clientes debía de esperar a que se marcharan. Varias veces tuvo que irse a pie a las ocho, nueve o diez de la noche. Y el camino estaba bastante oscuro y solitario, lo cual dificultaba su marcha y la hacía más lenta.

En una ocasión, salió a las ocho de la noche del restaurante, se encaminó para su casa y cuando iba a medio camino, en una pequeña loma, vio desde lejos que había una gran llamarada. Parecía como si alguien hubiera encendido una gran fogata, y esta llamarada estaba justo por donde él tenía que pasar. Continuó caminando, intrigado por esa lumbre que cada vez veía más cerca, y cuando ya estaba a unos cuantos metros del lugar del resplandor, se dio cuenta de que no había persona alguna ahí y que, lo que ardía, era un enorme tepehuaje. Este árbol que estaba a un lado del camino ardía desde el tronco hasta las copas más altas. Andrés pensó que alguna persona le había prendido fuego a propósito, pero no había nadie por ahí cerca. Se detuvo curioso, a observar por un buen rato a ese árbol. Pero por más que ardía, parecía que la lumbre no lo consumía, pues el árbol estaba igual que al principio. Andrés decidió continuar su camino y cuando ya había avanzado unos cien metros, volteó a ver al árbol y se dio cuenta de que la lumbre ya era muy poca. ¡Pobre árbol! —pensó Andrés—; ya lo consumió el fuego.

Siguió su camino y llegó a su casa. Ahí, les contó a sus padres y a su hermano mayor lo que había visto. ¡Qué raro! —dijeron sus padres—, ha de haber sido un borracho el que le prendió fuego. Mañana que te vayas a trabajar, te fijas si aún queda algo del árbol, para ver sí podemos ocuparlo para leña.

Y así, al día siguiente, cuando Andrés pasó en la madrugada por ese lugar, desde lejos vio que el árbol seguía ardiendo. ¡Qué raro! —pensó Andrés—: ya pasó toda la noche y el tepehuaje sigue ardiendo.

Cuando estuvo a unos cuantos metros, se dio cuenta de que el árbol estaba igual. La lumbre parecía no quemarlo, pues sus ramas, tronco y hojas, estaban verdes y llenas de vida. Continuó su camino y al poco rato se olvidó del incidente. En la tarde, a la salida del trabajo, cuando caminaba rumbo a su casa, vio desde lejos que el árbol seguía ardiendo. Cuando pasó junto a él, se dio cuenta de que éste seguía igual, pues la lumbre parecía no causarle daño. A medida que se alejaba, el fuego se empezaba a apagar, hasta extinguirse por completo.

Llegando a su casa, les contó a sus familiares todo lo que había observado, diciéndoles que el tepehuaje seguía igual, intacto, sin que el fuego lo quemara.

—De seguro ahí hay un tesoro enterrado —dijo su padre—, pues dicen que cuando hay una “tapazón”, la tierra arde por los gases que despiden los metales, o es una señal que los espíritus que lo cuidan dan para que la persona que tenga la fortuna de verla, sepa que ahí hay un tesoro, y escarbe y se lo lleve para su casa. Mañana temprano nos vamos contigo, y nos llevamos picos, palas y barras. Mientras tú te vas a trabajar, nosotros escarbamos y sacamos el tesoro.

Y así que amaneció, los tres se encaminaron decididos en dirección hacia donde estaba el árbol. Ya casi para llegar notaron que no se veía ninguna lumbre, y cada vez que se acercaban más, podían ver al enorme tepehuaje, el cual estaba radiante y verde y no tenía señal de haberse quemado ni se veía ninguna llama por ningún lado.

Se me hace que Andrés nos engañó —dijo el hermano mayor—. Tienes razón —contestó el padre—, pero de todos modos, por si las dudas, hay que empezar a escarbar mientras esperamos a que tu hermano salga del trabajo.

Así lo hicieron, empezaron a escarbar alrededor del árbol, pero por más que escarbaban, no encontraban indicios de ningún tesoro.

Decepcionados y cansados, se sentaron a esperar a Andrés. Éste no tardó en aparecer. Su padre le reclamó muy molesto, diciéndole que los había engañado, que todo lo que les había contado eran mentiras. “¡No son mentiras!, yo lo vi claramente”, les contestó Andrés. “Pues ya vez que no hay señales del tesoro, tampoco se ve ninguna lumbre en el árbol”, le recriminaron. Contrariados, los tres se fueron para su casa. A la mañana siguiente, cuando Andrés pasó por ese lugar, volvió a ver arder al árbol. Lo mismo pasó cuando regresaba de trabajar. Les contó esto a sus familiares, pero ya no le creyeron. Así pasaron varias semanas y Andrés volvía a ver arder el tepehuaje todos los días.

—¡Ya estuvo bueno! —dijo Andrés—, mañana me llevo mis herramientas. No les voy a decir nada a mi padre ni a mi hermano, y si veo arder el árbol, voy a escarbar a ver si de verdad encuentro algo enterrado.

Así lo hizo, amaneciendo tomó el pico, pala y barra y se encaminó a su trabajo. Antes de llegar al lugar donde estaba el tepehuaje, desde lejos lo vio arder. Una vez que estuvo junto al árbol, éste seguía ardiendo, aunque suavemente. Decidido, empezó a escarbar a un lado del tronco y al darle los primeros golpes con su pico el árbol dejó de arder. Siguió escarbando, y apenas llevaba unos diez minutos cuando, de pronto, el pico topó con algo duro. Utilizando la barra empezó a escarbar alrededor, hasta descubrir una enorme piedra plana, la cual parecía cubrir un gran hueco. Con mucho cuidado hizo palanca con la barra y, poco a poco, movió esa gran piedra, hasta lograr hacerla a un lado. Entonces se dio cuenta de que en ese enorme agujero que quedó al descubierto sobresalían unas “orejas” como de olla o tinaja de barro.

Con las manos empezó a quitar la tierra alrededor de la olla, hasta dejarla al descubierto por completo. ¡Qué mala suerte! —lamentó Andrés—, está llena de tierra, pesa mucho, pero no tiene más que tierra y piedras. Como pudo sacó la enorme olla y, ya fuera del agujero, le empezó a quitar la tierra que la cubría. De repente, vio que algo brillaba en la tierra que había tirado. Curioso, se acercó para investigar qué era eso que brillaba. Limpió el objeto y se dio cuenta de que era una moneda de oro puro. Emocionado, empezó a quitar la tierra que cubría a la olla y entonces descubrió que estaba repleta de una enorme cantidad de monedas de oro, las cuales brillaban con destellos luminosos al recibir los primeros rayos del sol. Como pudo se echó en hombros la enorme olla y regresó para su casa. Antes de llegar, empezó a gritarles a su padre y hermano, los cuales acudieron presurosos a su llamado. “¿Qué te pasa? ¿Qué tienes?”, le preguntaron. “¡Ayúdenme!”, dijo Andrés, “tenían razón, había un tesoro al pie del tepehuaje, lo encontré y aquí lo traigo”. Sus familiares, emocionados, le ayudaron a cargar la olla. Una vez dentro de la casa la vaciaron y, efectivamente, se dieron cuenta de que era verdad, dentro de esa olla había cientos de monedas de oro. Las lavaron, las limpiaron bien y las guardaron.

—Ese tesoro siempre había estado ahí —dijo el padre—, sólo que estaba destinado para ti, por eso tú eras el único que veía arder el árbol. Ya vez que nosotros fuimos y no vimos nada, escarbamos y tampoco encontramos nada. Tú, en cambio, seguías viendo arder el tepehuaje, escarbaste un poquito y luego lo encontraste. Eras el de la suerte, por eso sólo tú podrías encontrarlo.

—Sí, creo que tienen razón —dijo Andrés—. Bueno, se acabaron las pobrezas. Vamos a vender estas monedas y nos vamos a ir a vivir a Morelos. Allá vamos a comprar una casa y a poner un negocio.

Así lo hicieron, Andrés vendió unas cuantas monedas y compró una casa en Cuernavaca. Después vino por su familia y todos se fueron a vivir allá.

Con el dinero que le dieron puso allá varios negocios, y ya ni se despidió de su patrón, el dueño del restaurante donde trabajaba. Se fueron sin decirle adiós a nadie y ya no regresaron jamás a su pueblo. Bueno, Andrés sí vino una sola vez, hace varios años, pero vino por el puñado de monedas que había dejado enterradas en el patio de su casa, pues no pudo llevárselas todas, por eso las enterró, para poder venir después por ellas. Y en ese único viaje que hizo por las monedas de oro que había dejado enterradas, fue cuando me lo encontré, en el crucero de El Pochote. Nos saludamos y vi que traía una camioneta del año. ¿Te sacaste la lotería? —le pregunté. Nada de eso —me dijo—, vente, vámonos a Teloloapan y en el camino te cuento lo que me pasó. Se compró un seis de cervezas y durante el trayecto de El Pochote a Teloloapan me contó esta historia.

Esto viene a corroborar lo que todo mundo dice: que cuando se ve arder un lugar, de seguro ahí hay un tesoro enterrado. Pero ese tesoro sólo puede ser sacado por la persona que lo ve arder, pues la suerte es para ella nada más; y es que muchos han ido a contárselo a sus familiares o amigos para que los acompañen a sacarlo, pero cuando llegan, no encuentran nada. Es que la envidia y ambición, hace que el tesoro se convierta en piedra o carbón. Otros dicen que el tesoro “camina”, o sea, que puede cambiar de lugar e irse para otro lado, lejos de donde está esa gente ambiciosa que lo está buscando. Por si las dudas, si usted algún día ve arder la tierra o un árbol, no vaya en busca de ayuda pues, si lo hace, no encontrará nada. Ármese de valor y vaya solo a escarbar, y ya verá que encontrará ese tesoro.

Un último consejo: lleve alcohol, agua, pañuelos y vinagre, pues si el tesoro está dentro de un cofre sellado, al abrirlo despide gases tóxicos, los cuales pueden causarle la muerte. Por eso, lo que debe usted hacer, es mojar el pañuelo en agua o vinagre y cubrirse la boca y nariz con él. Entonces, le echa alcohol al cofre u olla de monedas y le prende fuego. Esto hará que los gases tóxicos acumulados a través de los años se quemen y se evaporen, y de esta manera ya no le causarán daño alguno. Este es el motivo por el que muchos buscadores de tesoros mueren, pues si no hacen lo anterior, entonces inhalan los gases y a los pocos días mueren sin causa aparente. De ahí vienen las leyendas de que algunos buscadores murieron por la maldición que el dueño del tesoro había lanzado al enterrarlo, para que el que lo encontrara muriera. Así sucedió con los que excavaron en las pirámides de Egipto: los que encontraron los tesoros, fueron muriendo misteriosamente, sin causa aparente; ahora ya saben el motivo de su muerte.

Si siguen estos consejos no les pasará nada. Bueno, al menos no los matarán los gases tóxicos, aunque hay otras causas que sí pueden matarlos. Pero eso se los contaré más adelante en otra historia, para que tomen sus precauciones y se cuiden, ya que a los buscadores de tesoros les acechan muchos peligros, que ni se imaginan… !Ah! le prometí a “Andrés” que guardaría el secreto de su verdadero nombre para protegerlo. Pero para el caso, el nombre es lo de menos. Lo que de verdad interesa, es que este relato es real y verdadero. Andrés me dio una moneda de las que encontró para que me quedara con ella de recuerdo y, también, como prueba de que lo que ahí sucedió fue real. Pero ya la vendí…!

1 comentario:

  1. muy interesante esta historia. esto sucede muy frecuentemente, que suerte la de andres.

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