EL ESCAPE MILAGROSO


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Entrada al histórico Acatempan


Estos hechos sucedieron en la comunidad de Acatempan, municipio de Teloloapan, y tuvieron lugar durante la época de la Revolución Mexicana, a principios del siglo XX. Durante esta etapa muchos ciudadanos se enrolaron en las filas de los revolucionarios; algunos se unieron a don Francisco I. Madero, a Francisco Villa, a Zapata y a otros caudillos de la Revolución, y algunos otros se unieron a las filas de los soldados del gobierno de Porfirio Díaz, Huerta y al de Carranza. Y así se dio esa mescolanza de hombres del pueblo, que se unieron a los distintos bandos de la Revolución.

Según contara doña Elodia Arrocena Gallardo, estos soldados acostumbraban llegar a los poblados y robarse todo lo que encontraban. Se llevaban dinero, maíz, frijol, gallinas, marranos, chivos, vacas y caballos. Esto lo hacían, según ellos, para saciar su hambre y para ayudar a su causa, o como venganza para castigarlos por haber ayudado al bando enemigo. En fin, no faltaban las excusas para que estos soldados se apoderaran de todo lo que se les antojaba.

En ese entonces Doña Elodia era una niña y fue testigo de todos los atropellos que cometían esas personas. Según decían los mayores la Revolución ya había terminado, y México gozaba de paz. Pero también muchos de los soldados ya se habían acostumbrado a estos actos de pillaje y no quisieron dejar las armas, así que continuaron unidos en pequeños grupos armados, los cuales se dedicaban a robar y saquear los poblados.

La gente empezó a llamar a este grupo de bandidos disfrazados de soldados como “los pronunciados”. Cuando estos bandidos llegaban a las poblaciones la gente corría a esconderse al monte y se ocultaba en cuevas, que por cierto abundan en los cerros que circundan al pueblo de Acatempan. Y ahí, en esas cuevas, la gente escondía lo poco que podía llevar, tal como sus alhajas, provisiones, maíz, dinero y uno que otro animalito que alcanzaban a rescatar.

Como medida de protección la gente del pueblo se puso de acuerdo para vigilar las entradas y así darse cuenta de la llegada de los pronunciados. De esta manera podían dar aviso a los pobladores para que huyeran hacia el monte y no regresaran hasta que los bandidos se hubieran marchado. Con el tiempo esos bandidos se volvieron aún más feroces, pues aparte de robarse el dinero, víveres y animales de la gente, ahora también se robaban a las muchachas y se las llevaban para abusar de ellas y para tenerlas como sus sirvientes o esclavas. Todo esto causó mucho mayor temor e indignación entre la gente del pueblo, pues ahora tenían que cuidar a sus mujeres de estos bandidos sin escrúpulos. Es por ese motivo que cuando los vigilantes veían llegar a los bandidos, empezaban a gritar a todo pulmón: “¡Los pronunciados!, ¡ahí vienen los pronunciados!”. Y ésta era la señal para que los pobladores pusieran a salvo a sus hijas y a sus pertenencias.

Comentaba doña Elodia que en una ocasión estaban en el patio de su casa ella, su mamá de nombre Altagracia Gallardo y su prima de nombre Aurora, quien era un poco mayor que ella y ya estaba en la etapa de la adolescencia. En ese momento la gente empezó a correr hacia el monte, gritando “¡los pronunciados!, ¡llegaron los pronunciados!, ¡huyan!, ¡sálvense!”.

Todo mundo se puso a salvo como pudo. Algunos huyeron rumbo al monte y se escondieron en las cuevas y barrancas. Otros se escondieron en hoyos o túneles que previamente habían cavado. Elodia alcanzó a salir brincando por un corral, pero su prima y su mamá no lograron hacerlo. Su prima Aurora corrió y alcanzó apenas a escapar de las manos de los pronunciados, pero estos alcanzaron a verla y como ya era una muchacha, aunque muy pequeña, la fueron siguiendo con la intención de llevársela. Aurora tropezó a medio patio y perdió toda posibilidad de escapar; su destino estaba marcado. Pero entonces sucedió algo inaudito y milagroso, a lo cual hasta sus últimos días doña Elodia no encontraba explicación, jurando que fue obra de Dios, que las ayudó a salir bien libradas de ese peligro.

Pues bien, al caer al suelo Aurora y ya no poder seguir huyendo, doña Altagracia fue en su ayuda; en el momento en que los pronunciados empezaban a brincar el corral de su patio tomó a su sobrina de un brazo y, dándole un jalón, la escondió debajo de sus enaguas, diciéndole que no se moviera, ni hablara, para poder despistar a sus perseguidores. Aurora obedeció y muda de terror se escondió debajo de las enaguas de su tía Altagracia. En esos momentos los pronunciados llegaron y le preguntaron a doña Altagracia:

—¿Dónde está la muchacha que pasó por aquí corriendo?, ¿para dónde se fue?

—¿Cuál muchacha?, yo no vi a nadie, por aquí no pasó ninguna muchacha —contestó doña Altagracia.

—¿Cómo!, ¡si nosotros la vimos entrar aquí!

—Pues aquí no hay nadie, si gustan pueden registrar la casa.

Así lo hicieron los pronunciados, entraron a la casa y la registraron toda sin encontrar a la muchacha. También registraron los corrales de las vacas y los gallineros, sin encontrar rastro alguno de la joven.

—¿Para dónde se iría? —se decían unos a otros, los enfurecidos pronunciados—. Ni modo, la maldita mocosa se nos escapó, ¡vámonos!, ya la encontraremos en otra ocasión. —Y dicho esto, los bandidos se alejaron de la casa.

Pasó un rato, y al ver que ya no había peligro doña Altagracia se levantó sus enaguas y le dijo a su sobrina: “anda, ya puedes salir, ya pasó el peligro”. La joven Aurora salió de debajo de las enaguas de su tía y, temblando aún de miedo, se puso a llorar de alegría por haberse podido escapar de los bandidos. Cabe hacer la aclaración de que en ese entonces, según contó doña Elodia, las mujeres mayores acostumbraban a usar unas enaguas muy largas, las cuales les llegaban debajo de los tobillos, casi al ras del suelo. Dichas enaguas también eran muy amplias y holgadas, según la costumbre de la época. Y fue gracias a esas enormes enaguas como doña Altagracia pudo ocultar a su sobrina Aurora, desapareciendo en las narices de los pronunciados, quienes no lograron encontrarla, sin imaginar jamás que la chamaca estaba debajo de las enaguas de su tía.

Esta noticia del escape milagroso de Aurora corrió por todo el pueblo y la gente decía: “fue un milagro de Dios, él la hizo invisible, por eso desapareció y no la pudieron ver”. Otros decían: “fue un truco muy inteligente el que usó doña Altagracia, para poder ocultar a su sobrina y librarla de los bandidos”.

Doña Altagracia decía que ella no supo cómo lo hizo, que fue como guiada por una fuerza extraña. Algunas personas llegaron a asegurar que esa fuerza extraña fue San Pedro, el patrono del pueblo. La verdad nadie la supo. Lo único cierto es que desde esa fecha, a este acto de escapismo se le conoció con el nombre de “El escape milagroso”.


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