EL MERCADO ENCANTADO

Cerro del Chinautla al fondo, con sus tres picos.

Corría el año de 1980, era una apacible tarde del mes de junio, para ser exactos era el día 22, y en la ciudad de Teloloapan, un lugar tranquilo y apacible ubicado en la zona Norte del estado de Guerrero, se encontraba el licenciado Jesús Delgado descansando tranquilamente en su sillón favorito. El licenciado Jesús era un maestro jubilado que contaba con 55 años de edad y era de estatura mediana y de complexión delgada, y le encantaba leer toda clase de libros para incrementar su cultura general; y ahora que ya estaba jubilado y sin la preocupación de levantarse temprano para ir a trabajar, de preparar sus clases, y en fin, de todos esos detalles que envuelven el trabajo docente, se deleitaba leyendo y contando anécdotas de sus tiempos juveniles a sus sobrinos y a todo aquel que quisiera escucharlo.

Entre todos sus sobrinos había uno que era su preferido, ya que al igual que su tío, tenía un espíritu aventurero, pues le encantaban toda clase de retos y aventuras en donde se pusieran a prueba la inteligencia, audacia y valor de las personas. El nombre de este era Fernando Delgado y era un muchacho alto, delgado, inteligente y decidido, a quien nada ni nadie lo atemorizaba.

El joven Fernando tendría aproximadamente unos 20 años de edad, y ese día por azares del destino, tuvo la ocurrencia de ir a visitar a su tío Jesús. Serían las seis de la tarde cuando Fernando llegó a la casa de su tío. Éste lo recibió gustoso, pues tenía días que no lo veía, y por ese motivo, sacando una de sus mejores botellas de tequila le dijo:

“Sobrino, qué bueno que viniste porque no tarda en llegar tu tío Victorino, ya que quedamos de vernos este día para hablar de un asunto que estoy seguro te va a interesar. Así que te invito a que te esperes hasta que llegue y escuches lo que vamos a platicar, por lo mientras tomaremos un tequila para matar el tiempo”.

Y así pasó una hora aproximadamente y tío y sobrino empezaron a platicar de diversos temas mientras degustaban de un añejo y rico tequila reposado. En esas estaban cuando hizo su aparición Victorino Salgado, el cual era primo hermano del licenciado Jesús y tío también del joven Fernando.

Victorino era un campesino rudo, alto y fornido, de unos 50 años de edad, y al igual que su primo Jesús y su sobrino Fernando, le encantaban las aventuras y los retos. Se sentaron a platicar y entre plática y copas, salió a relucir un tema relacionado con cosas misteriosas, tales como tapazones o entierros, aparecidos, casas y lugares embrujados, encantos, etc.; y así, sin querer, al calor de las copas y lo interesante de la conversación se dieron las doce de la noche. Eso lo supieron por las campanadas que en ese momento repicaban en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, la cual se encuentra en pleno centro de la ciudad, pero que a esa hora, y en el profundo silencio de la noche, llegaba a todos y cada uno de los rincones más apartados de Teloloapan.

—Las doce de la noche —dijo de pronto Victorino, dirigiéndose a su primo Jesús— ¿no te recuerda eso algo raro y misterioso que nos sucedió cuando éramos niños, aquel día que fuimos al campo a cuidar la cosecha y pasamos por el cerro del Chinautla cerca de la media noche?

—Sí ya me acordé —rememoró Jesús— y nomás de revivir ese momento se me pone la piel de gallina y se me paran los pelos de punta de puro susto.

—Tienes razón primo —contestó Victorino— pero entonces éramos unos niños todavía y a lo mejor nos asustamos por algo que probablemente imaginamos.

—Cuál miedo y cuál imaginación, si parece que ahorita mismo estoy oyendo esas voces y viendo esas luces —dijo Jesús.

—Bueno creo que tienes razón primo —contestó Victorino— yo tampoco puedo olvidarme de lo que sucedió aquella noche.

Y así transcurrió el tiempo y ya casi iba a amanecer cuando Victorino y Fernando se despidieron de Jesús, y se fueron cada quien para su casa.

Pasaron tres días después de aquella noche, cuando Fernando recibió la visita de su tía, esposa de su tío Jesús, la cual le preguntó si había visto a su tío, pues ya tenía tres días que no sabían nada de él. En esos momentos llegó la esposa de Victorino, con la misma pregunta, que si no habían visto a su esposo, el cual tenía tres días desaparecido.

Fernando les dijo que desde aquel día no los había vuelto a ver, y se ofreció a ir a buscarlos junto con ellas. Preguntaron a familiares y amigos y nadie les dio razón de ellos. Así pasaron varios días y una noche cuando Fernando se encontraba entre dormido y despierto, tuvo una visión, y entre sueños recordó todo lo que sus tíos habían platicado esa noche. Recordó que habían dicho que el 24 de junio, día de San Juan, a las doce en punto de la noche, se habrían los encantos, y que en el cerro del Chinautla ubicado en el poblado de Acatempan, municipio de Teloloapan, había uno, y que ese día aparecía un mercado enorme, en donde se exhibían toda clase de flores, frutas, artesanías y mercancías diversas; pero con la particularidad que todo era de oro puro y que el que entraba y lograba salir de ahí, salía cargado de oro. Pero decían que allí el tiempo se detenía, pues un minuto era una hora, una hora era un día, un día era un año y un año era como un siglo.

Así que Fernando recordó eso, pero no quiso contarle nada a sus tías, ni a nadie de su familia, por temor a que no le creyeran o que pensaran que estaba loco; pues recordó que sus tíos habían contado que iban a ir al cerro donde aparecía el mercado encantado, a tratar de descifrar el misterio, y que llevarían sus morrales y un costal para llenarlos con frutos y mercancías de oro, pues decían que el que tuviera suerte podría hacerse rico saliendo cargado de oro antes del amanecer, ya que sino salían luego, tendrían que esperar uno o más años hasta que alguien fuera a rescatarlos. Y tendría que ser un veinticuatro de junio a las doce de la noche, pues sólo en esa fecha aparecía dicho mercado.

Y así pasó un largo año, y en la víspera del día de San Juan Fernando se preparó para ir a rescatar a sus tíos y sacarlos del mercado encantado… o quedarse con ellos ahí, encantado para siempre, pues no quiso contarle a nadie de sus familiares sobre sus intenciones, pues tenía el temor de que si él se quedaba encantado, sus familiares tal vez querrían ir a desencantarlo, y también podrían seguir su misma suerte.

Fernando esperó pacientemente a que cayera la noche del día veintitrés de junio, y cuando iban a dar las diez, emprendió el camino hacia el poblado de Acatempan. Llegando ahí, estacionó su automóvil y sacó de la cajuela un morral, un costal, una linterna, cerillos, agua bendita, y su rifle calibre 22, al que previamente había curado con agua bendita y un limón partido en cruz, pues decían que sólo así se disparaban las armas, y de esta manera se podía matar a un brujo, un vampiro o cualquier otro ser maligno; ya que un arma sin curar y sin bendecir, pues nomás no disparaba. Una vez que cargó con todo lo anterior, emprendió el camino hacia el cerro del Chinautla, lugar donde se encontraba el mercado encantado. Durante el trayecto tuvo que sortear laderas peligrosas y subir cumbres empinadas y resbaladizas, en las cuales un paso en falso significaría su muerte. Cuando llegó a la cima del cerro se detuvo un momento, miró su reloj y vio que faltaban quince minutos para las diez de la noche. Esperó impaciente a que se diera la media noche, se persignó, rociándose agua bendita en todo el cuerpo y se encomendó a Dios, pidiendo le ayudara a salir bien librado en su cometido.

En ese instante escuchó un murmullo lejano de voces, que se entremezclaban entre sí, voces de niños, mujeres, hombres, y unas que otras risas y alegatos de personas en estado de ebriedad. Armándose de valor empezó a caminar hacia el lugar de donde provenían las voces, las cuales a medida que se acercaba eran cada vez más claras. De pronto, al salir a un claro, grande fue su sorpresa al toparse de frente con un enorme lugar, el cual estaba iluminado con antorchas de ocote y lámparas de aceite. Era tal la cantidad de luz que éstas despedían, que tal parecía que era de día y no de noche. Empezó a adentrarse a ese lugar y entonces se dio cuenta de que se encontraba en el interior de un enorme y bien surtido mercado. En él había puestos de frutas de la región, tales como duraznos de la Montaña, nanches y cocos de Acapulco, capulines y arrayanes de Ixcapuzalco, y en fin, frutas y flores de todo el estado de Guerrero. Siguió su recorrido y encontró puestos de comida, en los cuales había pozole de Chilapa con mezcal de Chichihualco, tamales nejos con mole verde, cajitas de Teloloapan, agua de tamarindo de Iguala, barbacoa de Taxco, pan de Tlapehuala y en fin, una gran variedad de platillos para deleitar al paladar más exigente.

Continuó caminando y vio puestos de artesanías de Xalitla, cajitas de madera de Olinalá, sombreros de Tierra Caliente, máscaras y monturas de Teloloapan, orfebrería de Iguala, y un sinfín de mercancías elaboradas por artesanos de la zona Norte del estado de Guerrero y de la Montaña; lo supo por el clamor con que cada comerciante pregonaba sus mercancías. “Llévese su cajita de Olinalá”, gritaban algunos. Otros en idioma náhuatl o mixteco, entremezclado con español, decían: “llévese sus collares, sus sombreros, tinajas, metates, hamacas…”, etc.

Fernando siguió caminando y mirando a los cientos de personas que se cruzaban en su camino, con la esperanza de toparse con sus tíos, y en ese momento se dio cuenta de una cosa, todas las frutas y mercancías que se vendían eran normales, es decir, se podían comer y saborear, pues no eran de oro como le habían contado sus tíos, a excepción de lo que se veía en la orfebrería de Iguala. Pensando que sus tíos le habían tomado el pelo, continuó su camino en busca de ellos, pues sólo tenía unos minutos para poder salir de ahí antes de que amaneciera, pues como ya hemos dicho, un minuto ahí dentro equivalía a una hora en el mundo real, y por lo tanto, sólo disponía de cinco horas, es decir, cinco minutos para poder encontrar y sacar de ese mercado a sus tíos. Así púes, continuó su recorrido por los diversos pasillos del mercado, recorrió los puestos de flores, de artesanías, de juguetes, de comida, y en fin, de toda clase de objetos y artículos necesarios para el hogar y para la ama de casa en especial. Vio su reloj y se dio cuenta que ya habían transcurrido tres minutos y sólo quedaban dos minutos para poder salir de ahí o quedarse para siempre. La impaciencia y sobresalto empezaban a dominarlo, pues pensó que tendría que salir de ahí tal vez sin la compañía de sus tíos. De pronto, escuchó voces como de personas que reían y cantaban al sonido de una guitarra. Entonces recordó que a sus tíos les encantaba la música y en especial las canciones rancheras, que en esos momentos se oían con claridad.

Caminó hacia el lugar de donde provenía la música y se dio cuenta que ésta salía de una fonda donde vendían comida y antojitos mexicanos, pero también había bebidas típicas del estado, tales como pulque, torito y mezcal de la región. Abriéndose paso entre los clientes buscó a sus tíos, miró su reloj y vio que sólo le quedaba minuto y medio para poder salir de ahí, y de sus tíos, ni rastros. Se dirigió hacia la salida cuando, de pronto, escuchó una voz conocida que le gritaba “¡sobrino! ¡Aquí estamos!”. Fernando sintió que el corazón se le iba a salir del pecho, debido a la inmensa alegría que sintió, pues reconoció la voz de su tío Jesús. Se encaminó al lugar donde provenía el llamado y entonces vio a sus dos tíos, que estaban sentados en una mesa jugando dominó y tomando mezcal con un grupo de desconocidos.

—Acércate sobrino —dijeron sus tíos—, te vamos a presentar a unos amigos que hace como veinte años que no veíamos, pues de repente desaparecieron y no se volvió a saber de ellos. Muchos pensaban que debían de estar muertos, otros que en alguna cárcel clandestina, etc., pero nada de eso, aquí han estado en esta fonda y ellos dicen que apenas pasaron unas horas desde que salieron de su casa y entraron a este mercado, y dicen que estamos locos al decir que ya pasaron veinte años desde su desaparición.

“Pero fíjate sobrino que son de la misma edad que nosotros, y están igual que hace veinte años, jóvenes aún y fuertes, en cambio nosotros ya estamos llenos de arrugas y canas.”

—Sí es cierto —dijo Victorino—, yo quiero quedarme aquí para no envejecer, además vinimos por oro y no hay nada, nos engañaron, pues todo es normal.

—Sí —replicó Jesús—, yo también me voy a quedar, vete tú si quieres sobrino, pero nosotros aquí nos quedamos.

Fernando trató de convencerlos por todos los medios, pero ellos no entendían. Miró su reloj, sólo le quedaban cuarenta y cinco segundos para poder salir, o se quedarían ahí el resto de sus vidas.

De pronto se le ocurrió una idea y les dijo: “les voy a dar una noticia; ustedes piensan que han estado aquí unos minutos nada más, pero ya pasaron diez años en realidad. Y si no me creen, salgan un ratito conmigo y asómense afuera del mercado, y van a ver algo que los asombrará y los convencerá. Aquí afuera me están esperando sus hijos más chicos, los cuales tenían quince años. Ahora ya terminaron sus carreras, ya se casaron y tienen hijos. Y aquí están esperándolos a ustedes y además traen a sus nietos para que ustedes los conozcan, y por cierto que se parecen mucho a ustedes.

Jesús y Victorino se miraron asombrados.

—¿Es verdad eso sobrino? —preguntaron.

—Claro, vamos y lo verán —dijo Fernando.

Esto hizo que ambos tíos se animaran a acompañar a Fernando rumbo a la salida.

—Vamos, de prisa —apuró Fernando— sólo nos quedan treinta segundos para poder salir de aquí.

Los tres echaron a correr rumbo a la salida a toda prisa. En el camino, a Fernando se le atoró un racimo de uvas silvestres y se lo guardó en el pantalón. Corrieron y corrieron hacia la puerta, la cual era de piedra maciza, que lentamente empezaba a cerrarse. Victorino logró salir primero y empezó a gritarles que se apuraran, “¡apúrense!, ya está amaneciendo, ¡corran!”. Fernando alcanzó a salir, pero vio que su tío Jesús no podía correr, ya que se había torcido un pie, y entonces volvió sobre sus pasos, dispuesto a sacarlo o quedarse ambos ahí. Cargó a su tío, y corrió con toda la velocidad que daban sus piernas; corría desesperadamente, tratando de alcanzar la salida, mientras Victorino gritaba que se dieran prisa y le pedía al cielo que les permitiera salir de ahí. La puerta casi se cerraba por completo; entonces, Fernando en un esfuerzo sobrehumano, agarró a su tío Jesús, lo colocó en el suelo, y le dio un empujón con todas sus fuerzas en dirección hacia la puerta. Su tío quedó con medio cuerpo fuera y la otra mitad adentro, entonces Victorino lo jaló de los hombros, los cuales habían quedado por fuera, y logró sacarlo de ahí.

—Apúrate sobrino, aviéntate de cabeza —le dijo Victorino.

Fernando así lo hizo, y tomando impulso se aventó de pecho hacia la salida. Entonces sintió que unas manos le daban un tremendo jalón, mientras escuchaba un horrible sonido, que él pensó que eran sus huesos al quedar atrapados por la puerta, pero no sentía dolor alguno. Entonces abrió los ojos lentamente y lo primero que vio fue el rostro desencajado de sus tíos, aún temblorosos por el susto, pero alegres a la vez por haber logrado salir de ese lugar con vida.

Respiraron profundamente los tres, y dando gracias a Dios se retiraron lentamente hacia el lugar donde Fernando había dejado su automóvil. Durante el trayecto, y mientras ya empezaba a salir el sol, le preguntaron a su sobrino cómo fue que supo que ellos se encontraban en ese lugar.

—Es que me acordé que esa noche platicaron que iban a venir al mercado encantado, para comprobar si era verdad o puro cuento —respondió.

—Pues ya comprobamos que era verdad, ¡y de qué manera!; gracias sobrino por venir a rescatarnos… Y dinos dónde están nuestros hijos y nuestros nietos, queremos verlos.

Fernando se carcajeó y agregó:

—Sus hijos están en sus casas; y nietos, no hay, porque apenas pasó un año desde que ustedes desparecieron. Tuve que mentirles, porque sólo de esa manera podía sacarlos de ese lugar.

—Ah que sobrino, actuaste con valentía e inteligencia. Gracias de nuevo. Vámonos para la casa, a darles la sorpresa a nuestras familias —dijo Jesús.

—Sí —contestó Victorino— pero antes hay que prometer no contarle a nadie esto, porque habrá muchos que deseen venir a este lugar y de seguro quedarán atrapados en él.

Así que llegaron a sus casas y todos se alegraron de verlos, pues ya habían perdido la esperanza de volver a verlos con vida. Por tal motivo se celebró una gran fiesta, para celebrar su regreso y agradecer a Fernando su valerosa acción.

La esposa de Fernando, un día antes de la fiesta, se puso a lavar el pantalón que éste utilizó ese día y grande fue su sorpresa cuando en uno de los bolsillos encontró un enorme racimo de uvas, pero no eran uvas normales, era un hermoso racimo de uvas doradas y brillantes. ¡Eran de oro puro!

La noche de aquella hazaña en el mercado encantado Fernando alcanzó a escuchar una plática. En ella comentaban los comerciantes de los diversos puestos, que el cielo les había otorgado permiso para que ese día de san Juan, desde las doce de la noche, hasta las seis de la mañana, salieran a ofrecer sus mercancías todos los comerciantes del estado de Guerrero que ya habían fallecido; pues era tanto el amor y cariño que estos tenían por su trabajo que se les concedió permiso para que una vez al año ofertaran todas aquellas mercancías y artículos que en vida ellos habían ofrecido por todos y cada uno de los municipios del estado de Guerrero. Y es por eso que si una persona tiene la fortuna de pasar por ese lugar, puede comprar cualquier mercancía de su agrado, y si logra salir de ahí antes del amanecer, todo lo que haya comprado se convertirá automáticamente en oro puro, el cual es un regalo que los comerciantes otorgan a la persona que tiene la fortuna de visitar ese maravilloso mercado.

Pero tengan cuidado, no sea que en su afán de volverse ricos se queden encantados por el resto de sus vidas. Lo más seguro es que ustedes no cuenten con un Fernando para que los vaya a rescatar, así que, lo más recomendable es quedarse en su casa el día de San Juan y así evitar ser uno de los cientos de personas que desaparecen ese día, y de los cuales jamás se vuelve a saber nada.


1 comentario:

  1. ese cerro es muy famoso ya habia oido hablar de el, dicen que ahi suceden muchos fenomenos raros y misteriosos. creo que es el mismo de la leyenda del diamante encantado ¿verdad?. me gustaria que el autor o alguien me diera las señas exactas para poder llegar a ese lugar haber si me animo a explorarlo.

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