EL NIÑO DIABÓLICO




Esta historia sucedió en la década de los 70, durante la construcción de la escuela que antes se llamaba CECYT N° 226 y que ahora lleva el nombre de CBTIS N° 57, el cual está ubicado en la ciudad de Teloloapan, Guerrero.

Don Santos es un señor de 58 años de edad, vecino de la colonia Benito Juárez y según cuenta él, en aquella época, cuando era un adolescente, decidió entrar a trabajar en la construcción de la escuela antes mencionada para ganarse unos pesos. En ese entonces se establecían dos turnos de trabajo, uno diurno y otro nocturno. A él le tocó trabajar en el turno nocturno, el cual empezaba a las siete de la noche y terminaba de 5 a 6 de la madrugada del otro día, dependiendo de la rapidez con que trabajaran. Él y otros jóvenes de su edad eran ayudantes de albañil y en esa ocasión les tocó pulir los pisos de los salones. Se pusieron de acuerdo para echarle ganas al trabajo y terminar antes de las cinco de la mañana, y así poder retirarse temprano para sus casas.

Así lo hicieron, trabajaron duro varias horas y a eso de las tres de la mañana ya habían terminado los metros cuadrados que les correspondía pulir. Los trabajadores empezaron a retirarse a sus casas, cada quien por su lado. Santos le dijo a uno de sus amigos al que apodaban “El Jumil”, que como era aún de noche se fueran juntos hasta el lugar conocido como “La Piedra Bola”, y que de ahí cada quien tomara el camino a sus respectivas casas. “El Jumil” aceptó, pues por ese entonces por ese rumbo casi no había casas y todo el camino estaba sin iluminación y muy solo, y a esa hora de la noche no había ni un alma en las calles.

Empezaron a caminar rumbo a La Piedra Bola, pero apenas habían avanzado unos metros cuando, en una esquina, vieron venir hacia ellos a un niño pequeño, como de tres años de edad. El niño estaba completamente desnudo, pues no llevaba camisa, ni pantalón y tampoco usaba zapatos.

El niño se paró en una esquina, por donde forzosamente tenían que pasar Santos y “El Jumil”, y se les quedó mirando fijamente con sus enormes ojos, que brillaban como brazas en la oscura noche con un color rojo intenso. Al sentir la mirada del niño, un escalofrío les recorrió el cuerpo de pies a cabeza y empezaron a temblar de miedo. Ya no sabían qué hacer, si avanzar y toparse con ese niño o regresar a la escuela y esperar ahí hasta el amanecer. En esas estaban cuando, de repente, al voltear a ver hacia la esquina donde estaba la espantosa figura, ya no la vieron; había desaparecido. —Ya se fue el niño —le dijo Santos a “El Jumil”—, hay que aprovechar y vámonos rápido.

Así lo hicieron, pero en el momento en que iban a llegar a la siguiente cuadra, vieron que el niño estaba parado a mitad de la calle, como esperando a que se acercaran a él. De nuevo sintieron que los pelos se les paraban de terror. El Jumil gritó: “¡Es El Diablo!, hay que rezar para que se vaya”.

—Pero yo no me acuerdo de ninguna oración —recordó desesperadamente Santos.

—Yo tampoco —le contestó El Jumil—, pero hay que rezar el padre nuestro o lo que te sepas, aunque no sea completo, el chiste es rezar para que ya no se aparezca ese niño diabólico.

—Está bien —dijo Santos, y empezaron a rezar mientras apuraban el paso para llegar más rápido.

Al instante en que empezaron a rezar, el niño desapareció. Y viendo la oportunidad gritaron los dos al mismo tiempo:

— ¡Hay que correr!

Y pegaron una carrera como nunca antes lo habían hecho en sus vidas. El susto les dio alas a sus pies y rápidamente llegaron a la esquina de La Piedra Bola.

—Ahora sí, aquí nos separamos —sentenció Santos—. Tú te vas para tu casa y yo para la mía.

Las casas de ambos estaban en direcciones opuestas de la ciudad, pues Santos vivía en la colonia Benito Juárez, ubicada al sur, y “El Jumil” vivía en la colonia El Calvario, en el norte de la ciudad. Así pues tenían que irse por rumbos opuestos. Pero El Jumil tenía mucho miedo y no quería irse solo, así que le rogó a Santos que lo acompañara siquiera al zócalo, el cual estaba situado a tres cuadras de ahí. Santos accedió y empezaron a caminar mientras rezaban todo lo que se les ocurría. Una vez que llegaron al zócalo, dijo Santos: “ahora sí Jumil, cada quien se va para su casa. Hay que irse corriendo y hay que rezar todo el camino para que no nos vaya a salir ese mocoso maldito”. Así lo hicieron, y cada quien echó a correr rumbo a su casa mientras rezaban y pedían a Dios que los librara del niño diabólico.

Ya casi estaba Santos a punto de llegar a su casa, cuando iba pasando por la Escuela Secundaria Técnica N° 2, de donde sólo tenía que atravesar un arroyo y caminar dos cuadras para llegar con su familia y así quedar a salvo de ese niño. Pero para atravesar ese arroyo tenía que pasar un puente, y éste era muy estrecho, pues sólo eran dos postes de madera atravesados de lado a lado por los que había que caminar con mucho cuidado, tratando de no perder el equilibrio, pues de hacerlo podría caer al arroyo y eso era muy peligroso, ya que era hondo y tenía mucha corriente.

Santos empezó a caminar sobre los postes que hacían de puente para cruzar, y al momento en que terminaba de pasar volvió a ver al niño encuerado, quien le sonreía diabólicamente y extendía los brazos, como llamándolo para poderlo abrazar. Entonces volvió a rezar como pudo y en ese momento el niño desapareció, no sin antes lanzar una carcajada infernal que lo hizo enmudecer de terror. Horrorizado y todo se echó a correr a todo lo que daban sus piernas y, temblando de miedo, alcanzó a llegar a su casa. Abrió una tranquita de madera para poder entrar, pues su casa estaba situada al fondo del terreno y había que atravesar un pequeño patio para poder llegar a ella. Apenas había comenzado a dar unos pasos cuando, en un ciruelo, vio al niño, el cual estaba sobre una rama y le sonreía, enseñándole unos enormes dientes. Fue tal la impresión que se llevó que ya no pudo caminar ni hablar, y se quedó inmóvil en su lugar, sin poder dar un solo paso más.

Así pasaron varios minutos, pero su mamá, que alcanzó a oír el ruido que hizo al abrir la tranca y al ver que no entraba a la casa, le dijo a su esposo: “¡viejo! ¡Apúrate! Vete a ver qué pasa, oí un ruido. Creo que era tu hijo, pero no entra. Ándale, asómate a ver qué pasa.”

Así lo hizo su esposo, salió al patio, alumbró con su lámpara y en ese momento vio a su hijo parado en medio del terreno, con la boca abierta y con los ojos fuera de las órbitas, llenos de una expresión de terror.

—¡Santos! ¡Santos! ¿Qué tienes?, ¿qué te pasa? — le pregunto su papá, pero Santos no respondía.

Entonces salió su mamá, y al verlo le dijo a su esposo:

—Tu hijo está asustado, algo le pasó, vamos a meterlo a la casa y vamos a rezarle para que se componga.

Así lo hicieron, lo tomaron de los brazos y lo metieron a la casa. Una vez adentro le empezaron a rezar. Le pusieron un rosario en la frente y otro en el cuello, mientras le rociaban agua bendita y le pedían a Dios que lo librara de todo mal.

Poco a poco los rezos hicieron efecto. Santos empezó a moverse y al fin pudo hablar. Entonces les contó a sus papas lo que le había pasado y estos decidieron que ya no iría a trabajar, pues ya habían escuchado hablar de ese ser maldito, del cual decían que era el diablo en forma de niño, apareciendo por las noches tratando de apoderarse de las almas de los que tenían la mala suerte de caminar por la noche.

Santos dejó de ir a trabajar, pero tardó para aliviarse. Le rezaron por varios días, pues tenía pesadillas. En las noches se despertaba gritando: “¡Auxilio!, ¡auxilio!, ¡me agarra!, ¡ayúdenme!”. Así que sus padres decidieron cambiar de domicilio, pues pensaron que tal vez ése sería el remedio para que dejara de tener pesadillas y lograra olvidar al niño diabólico. Al mudarse no dejaron de bendecir la casa que dejaban, para ahuyentar el mal de ella.

Y así, poco a poco, Santos se curó y todo ese momento de terror quedó en el olvido. Ahora ya es un adulto de 58 años. Hace poco tiempo coincidí con él en un velorio y como en ellos se acostumbra velar al difunto toda la noche, nos pusimos a contar anécdotas que nos acontecieron hace tiempo. Ahí fue cuando él me contó este relato. Al momento de hacerlo, volvió a recordar esos sucesos y lo vi temblar de miedo ante sus recuerdos. Tal parecía que tenía de nuevo, ante él, la figura de ese niño desnudo, al cual bautizó como “el niño diabólico”.

La gente dice que el niño aún se aparece de vez en cuando, aunque cada vez menos, pues ese lugar ya está poblado y lleno de casas. Tal vez los mismos demonios prefieren los lugares más tranquilos, donde no haya tanto bullicio.

Si usted vive en un lugar solitario y casi despoblado, tenga cuidado si alguna noche ve a un pequeño niño desnudo, sonriéndole con los brazos abiertos para que lo cargue, porque seguro que no la cuenta. Mejor aléjese rápido de él y por si las dudas, apréndase unos cuantos rezos y oraciones, porque seguramente los va a necesitar.

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