EL VIEJITO Y LAS FLORES ENIGMÁTICAS


Iglesia de Mexicapán


Corría el año de 1981, era temporada de lluvias y esa noche se me ocurrió visitar al señor Fernando de La Rosa, en su domicilio ubicado en la calle Vicente Guerrero de la colonia Mexicapán, en la ciudad de Teloloapan.

El señor Fernando era un obrero jubilado, de unos sesenta y dos años, robusto y de piel morena curtida por el sol. En pocos días se celebraría la feria tradicional en honor a San Francisco de Asís, el patrono de esa colonia, y a propósito de esa celebración don Fernando me contó que cuando él era niño, algo raro y misterioso sucedió durante esta feria:

Había un señor muy anciano, el cual por esas fechas llegaba a la colonia con un gran montón de flores raras y muy hermosas para adornar con ellas el arco que se colocaba en la entrada de la iglesia. Dicho arco siempre era adornado con las mismas flores, las que los feligreses van a traer a distintas partes de nuestro estado. Pero a partir de que ese viejecito apareció con sus flores exóticas, también las colocaban en el arco, para que éste luciera más hermoso y llamativo. Nadie sabía a ciencia cierta quién era este extraño viejecito, pues apareció de repente, sin que nadie supiera de dónde provenía. Al parecer tenía familiares o conocidos en la colonia, pero la verdad nunca se supo, pues el viejito sólo se aparecía el día que se adornaba el arco. Llevaba sus flores y desaparecía misteriosamente, para volver a aparecer hasta el siguiente año, otra vez con sus ramos de flores exóticas y después volvía a desaparecer.

Esto pasó durante algunos años, lo cual motivó la curiosidad de algunas personas. Éstas se preguntaban que de donde vendría el viejito, de qué lugar traería esas flores y adonde se iría después de haberlas dejado en la iglesia para que adornaran el arco. Algunos, curiosos e interesados en resolver este misterio, tomaron muestras de las flores y las fotografiaron con el fin de buscar en libros de botánica, enciclopedias, revistas especializadas en la flora de la región y en otros medios informativos algún indicio que los sacara de la duda y que los orientara sobre el nombre de esa flor misteriosa, su origen y el lugar donde podrían encontrarla. Pero todo esto fue en vano, pues esta flor no aparecía registrada en ningún libro ni en revistas especializadas. Es decir, era una flor que no había sido descubierta aún por la ciencia y por tal motivo se ignoraba de su existencia. Esto causó aún más asombro, así que decidieron trazar un plan con el objeto de averiguar el lugar de procedencia de estas flores raras. Alguien propuso espiar al viejito:

“Hay que espiar al viejito y seguirlo, para que él nos lleve hasta el lugar donde están esas flores; él llega en las mañanas sin nada, al poco rato desaparece y vuelve a aparecer más tarde con sus manojos de flores”. Todos aceptaron esta idea.

Esperaron pacientemente a que amaneciera y que el viejito hiciera su aparición para seguirlo y así descubrir el misterio de las flores. Por fin amaneció y el viejecito apareció por las calles de la colonia, caminando rumbo a la iglesia. Entró, se persignó y luego salió con un costal en el hombro, en el cual acostumbraba echar las flores que recogía.

Se encaminó rumbo a lo que entonces era la orilla de la colonia, a un lugar conocido como “la Tecampana”. Éste es un cerrito donde hay unas enormes piedras, las cuales al sonarlas con alguna piedra pequeña emiten un sonido parecido a campana. En ese lugar existen varias cuevas subterráneas, algunas visibles a simple vista y otras están ocultas a ella. Dicen que algunas de estas cuevas constan de varios kilómetros de longitud y que por dentro están húmedas, pues hay arroyos subterráneos en abundancia en estos lugares, y que en su interior se dividen en varios caminos, los cuales llevan a distintos rumbos. Todo lo cual, aunado a la oscuridad que hay en ellas, dificulta su ubicación exacta, haciendo imposible su exploración.

Antes de llegar a la Tecampana el viejito se dio cuenta de que era seguido y se hizo el desentendido. Se subió a la Tecampana y con una piedra empezó a golpearla durante un rato, simulando estar atento al sonido de campana que se desprendía de ella. Luego se bajó y empezó a caminar como curioseando aquí y allá. Los que lo iban siguiendo se confiaron al verlo tan tranquilo, y de repente, en un abrir y cerrar de ojos, el viejito desapareció de su vista. Al instante se apresuraron a buscarlo. Para ello se dividieron en pequeños grupos. Cada uno se puso a buscar por distintos rumbos del cerro y en especial cerca del lugar por donde el viejito había desaparecido.

El cerro de la Tecampana es pequeño y se puede recorrer en poco tiempo. Por tal motivo lo recorrieron una y otra vez por todos lados y no encontraron ni el más mínimo rastro del viejecillo. Así pasaron unas tres horas más o menos hasta que, cansados de buscar, regresaron a la iglesia. Grande fue su sorpresa cuando al llegar al atrio vieron el arco adornado ya con las flores exóticas, las cuales habían sido llevadas por el viejito. Les preguntaron a los señores que se encargaban de adornar el arco que en qué momento y quién había llevado esas flores. Ellos contestaron que hacía aproximadamente una hora las había llevado el mismo viejito que aparecía año con año. Entonces voltearon hacia un lado y vieron al viejito parado en un rincón, el cual les sonreía burlonamente.

—¡Pero, cómo es posible! —dijeron algunos.

—¡En qué momento llegó aquí? —dijeron otros.

—Nosotros lo vimos desaparecer e inmediatamente fuimos en su busca. Recorrimos todo el cerro y es imposible que saliera de ese lugar, pues de haberlo hecho nosotros lo hubiéramos visto —dijo alguno.

—Esto es obra del Diablo —afirmó otro.

—O tal vez sea un brujo que desaparece cuando quiere —agregó uno más.

—¡No sean tarugos! —intervino un borrachín que había oído todo—. No se han puesto a pensar que si fuera el Diablo o un brujo, no habría podido entrar a la iglesia, ni tampoco podría vestir a San Francisco, pues estos seres malignos no pueden entrar a una iglesia. De seguro se trata de un ángel con apariencia de humano, o tal vez sea el mismo San Francisco que se transforma en viejito para no ser reconocido y así pasar desapercibido.

—Tienes razón —dijeron todos—, eso es lo que debe ser. Vamos a buscarlo para preguntarle y así salir de dudas.

Voltearon hacia el lugar donde habían visto al viejito pero éste ya no estaba. Se dedicaron a buscarlo por toda la iglesia y alrededores y ni rastro de él.

—Ni modo —se lamentaron—, tendremos que esperar hasta el próximo año para salir de dudas.

Así paso un largo año pero el viejito no llegó como acostumbraba y en vano lo estuvieron esperando. Ya se iban a retirar decepcionados cuando, de repente, vieron aparecer al borrachín cargando un enorme racimo de flores exóticas, las mismas que acostumbraba llevar el viejito.

—¿Qué pasó? —le preguntaron—, ¿de dónde sacaste esas flores?

—Me las acaba de dar el viejito —les contestó el borrachín—, y me encargó que las trajera para adornar el arco.

—Pero, ¿dónde está él? ¿Para dónde se fue?

—No lo sé —contestó el borracho— cuando yo volteé a verlo ya había desaparecido. Pero les voy a contar algo: el viejito me encargó que les dijera que ya no va a volver a venir, que éste fue el último año que vino a dejar sus flores. Me pidió que les dijera que en la Tecampana hay una cueva subterránea, la cual está oculta a la vista de todos y sólo se puede entrar si se conoce su ubicación exacta, y que además sólo se abre por medio de un mecanismo natural, el cual hay que conocer, de lo contrario ustedes pueden estar parados enfrente de ella pero no la verán, y mucho menos la podrán abrir. Dice que dentro de la cueva hay un río subterráneo, que también hay estalactitas. Que en partes pueden caminar parados y en otras sólo pueden hacerlo gateando. Esta cueva tiene varias divisiones, las cuales van a dar a distintos rumbos y tienen salida a varios kilómetros de distancia de ahí, o muy cerca, según el camino que uno tome. También hay partes en que se reflejan los rayos del sol hacia dentro de la cueva, y esto hace que dentro de ella nazcan estas flores raras que no existen en ninguna parte del mundo, sólo en este lugar.

“También dijo que no busquen la entrada, porque jamás darán con ella. Que es mejor dejar las cosas así, ya que en esas cuevas hay cosas fantásticas e increíbles que no podríamos comprender ni explicar. Por tal motivo nos pide que olvidemos lo sucedido y que hagamos de cuenta que esto nunca sucedió.”

—Yo creo que eso es lo que debemos hacer —dijo uno—. Hay que olvidarse de todo, pues tal vez tenga razón el borrachito y el viejito sea un ángel o el propio San Francisco de Asís, o algo más incomprensible y extraño. Y si es así, es mejor dejarlo en paz, pues algún motivo muy poderoso debe de haber tenido para presentarse en este lugar y luego desaparecer misteriosamente, tal como había llegado.

Así acordaron hacerlo y se olvidaron de lo sucedido. Pasaron los años y el viejito jamás volvió a aparecer.

¿Sería un brujo? ¿El Diablo? ¿Un ángel? ¿Sería San Francisco de Asís? ¡Quién sabe! En este mundo suceden cosas que no tienen explicación para el ser humano. Lo único cierto es que, quien haya sido este personaje, su aparición vino a dar esperanza y fe a este grupo de personas sencillas que tuvieron contacto con él. Estas personas ya fallecieron; sólo quedaba vivo el señor Fernando de La Rosa, el cual en aquel entonces era un niño y acompañó a estas personas en la búsqueda del viejito. Esta experiencia es algo que no se le borró jamás de la mente. Y por suerte, me la contó a mí, para que yo diera testimonio de este suceso ya casi olvidado por todos. Y digo “quedaba” porque desafortunadamente don Fernando hace algún tiempo que falleció. Pero por suerte para nosotros, pudo dejarnos como herencia este bonito relato, el cual nunca sabremos si fue fantasía o realidad, o una mezcla de ambas cosas. Lo único cierto es que fue un hecho que llenó de esperanza y paz el corazón noble de don Fernando y el de todos los personajes que intervinieron en este enigmático suceso.

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