LAS TRADICIONES PERDIDAS (DIPUTADOS, MONARCAS Y GUANANCHAS)


Iglesia del poblado de Acatempan


De todo mundo es sabido que muchas de las costumbres y tradiciones de nuestros antepasados se han ido perdiendo con el tiempo. Algunas se han quedado en el olvido, otras sólo las conocemos por lo que leemos en los libros, pues ya no se practican, y algunas otras de plano se perdieron para siempre, y no ha quedado ningún registro ya sea oral o escrito que nos recuerde cómo eran y en qué lugares se celebraban.

Aquí les narraré una tradición que ha quedado en el olvido y de la cual pocos habitantes del lugar donde se acostumbraba practicar tienen conocimiento de ella. Sólo una que otra persona mayor recuerda estos hechos, pero debido a su avanzada edad han olvidado algunas de las características y detalles de estas tradiciones y sólo las recuerdan a medias. De cualquier manera, estos detalles que aún recuerdan son muy interesantes y aquí se los doy a conocer, tal y como me fueron contados.

En el poblado de Acatempan, municipio de Teloloapan, a principios del siglo XX se llevaba a cabo, año tras año, la tradición que relato a continuación. Cada diciembre, una semana antes de la fecha del día 12, la gente se reunía en un cabildo. A dicha reunión acudían todos los habitantes del pueblo, incluyendo a hombres y mujeres por igual. En el cabildo se nombraba a los ”diputados” y al mayordomo, y posteriormente se nombraban a los ”monarcas”.

Pero, ¿cuál era la misión de estos diputados y monarcas?, seguramente se estarán preguntando algunos de ustedes. Pues bien, estos eran los encargados de organizar todos y cada uno de los detalles de la celebración. Esto incluía desde la comida, la bebida, las danzas, la leña, las enramadas, etc.

Ya que el cabildo había decidido quién sería el mayordomo, entonces se nombraban a los diputados. Estos podían elegir a los ayudantes que consideraran necesarios, para que los apoyaran en su labor. Posteriormente se nombraban las y los monarcas, y estos también elegían a sus ayudantes. Y así todo el pueblo cooperaba para las festividades de la virgen. Entre los principales diputados que se elegían estaban los diputados de enramada, los de leña, los de chamiza, los de toros, y los de comida y bebida. Y entre los principales monarcas, destacaban las monarcas de cazuelas, la cual siempre era una mujer; también se nombraba a la monarca de tortillas, la cual era otra mujer. A la vez se nombraba a la monarca de servicio, la cual se encargaría de servir la comida. También se nombraba al monarca de danzas, quien era un hombre que se encargaba de organizar y ensayar las danzas.

Claro que los monarcas, al igual que los diputados, escogían a sus ayudantes para que los auxiliaran en la labor que se les había encomendado. Un día antes de la festividad los diputados reunían a sus ayudantes y se ponían a trabajar. El diputado de leña preguntaba quién tenía uno o varios árboles secos, para cortarlos.

—Yo tengo uno al que le salen siete cargas de leña —decía alguno.

—Pues bien —decía el diputado—, váyanse siete con él, córtenlo y traigan la leña.

—Yo tengo uno que dará cinco cargas —decía otro.

—A ver, que lo acompañen cinco —respondía el diputado. Y así se reunían varios hombres y se encaminaban al campo a traer la leña, con la que cocinaban las dos reses que sacrificaban ese día para darle de comer al pueblo.

El diputado de chamiza hacía lo mismo, se llevaba con él algunos ayudantes y se dirigían al monte para traer unos buenos puñados de chamiza. Ésta era muy necesaria, pues se le llama chamiza a todo tipo de varas secas y delgadas, las cuales prenden fácilmente y sirven para que la leña gruesa prenda más rápido.

El diputado de enramada reunía a sus ayudantes y entre todos se iban al campo a cortar troncos, horcones, varas, ramas secas, y todo lo necesario para construir las enramadas, bajo las cuales se iban a colocar las sillas y mesas, las cazuelas con comida y todo lo que se necesitaba para la fiesta.

El diputado del toro o comida se encargaba junto con sus ayudantes de sacrificar a los toros, de destazarlos y de ponerlos a cocer, todo esto ayudados por las monarcas de comida, quienes les ayudaban a preparar la barbacoa, el caldo, etc.

El diputado de bebida se encargaba de preparar las ollas de agua de jamaica, de horchata y tamarindo. También preparaban el famoso “torito”, el cual es una bebida que se hacía en enormes tinas que se llenaban de alcohol. A éstas se les agregaba queso, chile verde picado, canela, cebolla, etc., y se dejaba reposar algunos días, hasta que estos ingredientes soltaban todas sus propiedades, lo que le daba un olor y sabor especial a esta bebida.

La monarca de comida escogía a sus ayudantes y entre todas ayudaban a preparar la comida a los diputados de toro. La monarca de cazuelas se encargaba junto con sus auxiliares de servir la comida en cazuelas, y era tal su habilidad para servir que eran reelegidas año con año.

El barrio de abajo siempre estaba representado por la monarca a la que le decían “María la gorda”. Y el barrio de arriba por la monarca llamada “Elodia Arrocena”. Las monarcas de tortillas se encargaban de reunir a varias mujeres y entre todas ellas hacían las tortillas para darle de comer al pueblo.

Posteriormente, después de que ya habían comido todos los habitantes, entraba en acción el diputado de danzas. Éste era por lo regular el señor Celso Delgado, quien se encargaba de organizar y ensayar la “danza de las pastoras” y la “danza del tenochtli”. Acompañadas de violín y tambores, estas danzas le daban un toque especial a la fiesta del pueblo. Y así, entre danzas, comidas y copas de “torito”, los habitantes del pueblo se la pasaban felices todo el día y toda la noche. Era una fiesta bonita, bien organizada, donde todo mundo participaba y nadie se quedaba sin ayudar. Todos ponían su granito de arena.

Otro tanto ocurría en el simulacro del “Abrazo de Acatempan”. Cada día diez de enero se realizaba el simulacro de este histórico acontecimiento entre Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide. El primer comisario se encargaba de organizar todo lo relacionado al simulacro del Abrazo. Se escogía a un habitante del pueblo y éste representaba a Vicente Guerrero, y un habitante de Teloloapan era el encargado de representar a don “Agustín de Iturbide”. Este comisario también organizaba el desfile y la comida, a la que se invitaba a las autoridades y a todo mundo en general. Esta comida era y aún sigue siendo la misma, un sabroso mole verde, acompañado de unos exquisitos tamales nejos, blancos y de frijol.

En seguida entraba en acción el segundo comisario, quien se encargaba de preparar el jaripeo de toros. Primeramente, junto con varios voluntarios, construían un corral provisional. Para ello se iban al campo y cortaban varios horcones y troncos gruesos para tal efecto. Mientras tanto otros se encargaban de hacer los hoyos, donde se iban a enterrar los horcones que sostendrían la empalizada del corral. Este comisario también se encargaba de conseguir toros bravos y grandes, los cuales eran traídos de los pueblos cercanos. También se encargaba de reclutar a las “guananchas”. Éstas podían ser señoras o señoritas y ocupaban el rol de madrinas, es decir, eran las encargadas de premiar a los jinetes y desearles suerte. Para ello, primero se encaminaban a la iglesia del pueblo y le pedían al santo patrono que cuidara a los jinetes, para que nada malo les pasara. Las guananchas no iban solas, iban acompañadas de varias mujeres que eran como su corte de honor o damas de compañía.

Estas guananchas iban vestidas con unas enaguas largas y coloridas, y en la cabeza llevaban un yagual con una canasta grande, la cual estaba llena de flores, frutas, confeti y dulces. Las damas que las acompañaban también llevaban sus canastas llenas de todo lo anterior, y al pasar cerca de donde había gente, les aventaban puñados de estos productos. Durante su recorrido eran acompañadas de música de viento o de violín. Algunas iban caminando normalmente, aventando dulces y flores al público, y otras, más alegres, iban bailando al son de la música, moviéndose cadenciosamente. Había algunas guananchas que llevaban en sus canastas cadenas de flor de cempasúchil u otras flores, y al llegar al corral de toros se las colocaban en el cuello al jinete que iba a montar, deseándole suerte.

Otras guananchas llevaban en sus canastas unas “mantillas” de vivos colores. Estas mantillas son hechas de telas brillantes y coloridas, y las guananchas la colocaban en el lomo del toro, cuando éste estaba echado, pues antes era lazado de los cuernos y de las patas traseras o delanteras, y así se le derribaba. Una vez en el suelo, se le ponía el pretal, y así en esa posición era montado por el jinete en turno. Mientras el toro estaba tirado la guanancha le ponía la mantilla, y al son de la música de viento bailaba alrededor de él; algunas, las más agiles, brincaban de un lado a otro del animal, saltándole por encima. Cuando el jinete iba a montar al toro, le quitaban la mantilla, y al término de la monta la guanancha se la obsequiaba al jinete, dándole un beso como premio. También se acostumbraba que al término de la monta, la guanancha, en compañía del jinete, tomaran la mantilla por ambos extremos y así recorrieran todo el ruedo, para que el público les aventara monedas y billetes que caían en la mantilla.

Todas estas costumbres se fueron perdiendo poco a poco al paso del tiempo. Mucha gente del pueblo se fue a estudiar a México o a otros lugares, y adquirieron otras costumbres, olvidándose de las propias, las de su pueblo. La gente mayor que la hacía de diputados, monarcas y guananchas, fueron muriendo, y las nuevas generaciones se olvidaron de mantener la tradición, pues muchos de los adultos y jóvenes también emigraron a Estados Unidos y así se olvidaron de sus costumbres.

Si ahora les preguntáramos a los habitantes de este poblado por esas costumbres, la mayoría o casi todos las desconocerían, pues han quedado en el olvido. Es por ese motivo que aquí se dan a conocer, para que las nuevas generaciones estén enteradas de todas esas bonitas tradiciones que practicaban nuestros antepasados de una manera organizada, eficiente y maravillosa, ya que éste es un legado que nos dejaron, pero que desafortunadamente lo dejamos perder.

Todo esto me lo cuenta con nostalgia el profesor Mario Delgado Arrocena, quien es originario de ese lugar y que ahora radica en Teloloapan. Asegura que él jamás se olvida de esas bonitas tradiciones, y aunque en aquellas épocas era sólo un pequeño, esos recuerdos perduran en su mente y en su corazón, pues forman parte importante de su niñez y recuerda con nostalgia esos momentos.

Es por eso que comparte su conocimiento con nosotros, para que quizá, de esta manera, esas historias no se queden por completo olvidadas en el tiempo, sino que, por el contrario, queden guardadas en el baúl de los recuerdos de toda la gente que tenga un lugar en su corazón donde colocarlas.

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