EL MISTERIO DE LAS COMADREJAS




Estos acontecimientos que aquí se narran me fueron contados por Fernando Adame, y sucedieron en Teloloapan.

En la década de los setentas Fernando era un adolescente, y ya imperaba en él un espíritu aventurero e intrépido. Era de un temple sereno, calmado y retraído, pero en el fondo ocultaba un carácter rebelde y decidido, el cual empezaba a despertar junto con esta etapa. En esa época, su papá, profesor de profesión, aprovechaba la temporada de vacaciones de fin de curso para sembrar maíz, frijol y calabaza.

Fernando, quien es el hijo mayor, se veía obligado a ayudar a su padre en las labores del campo. Para esto tenía que levantarse muy temprano para irse a trabajar. A veces llevaban tortas y cuando les daba hambre, detenían sus labores y desayunaban. Y ya a la hora de la comida, su madre a veces les llevaba la comida. Una vez que comían, descansaban un poco para que hiciera digestión y luego se ponían a trabajar de nuevo, hasta que el sol se ocultaba en el horizonte. El papá de Fernando le decía: “ya es tarde, vámonos para la casa a descansar, para que mañana estemos listos para volver a trabajar”. Pero por lo regular, Fernando aprovechaba para recorrer los alrededores y explorar los cerros cercanos.

Cerca de la tierra donde tenían sus sembradíos, había varios lugares famosos por sus misterios. Está el cerro de “Los Coyotes”, el cual, en un tiempo, estaba habitado por decenas de coyotes, de ahí su nombre. También está un lugar al que llaman “El Borbollón”, el cual es un manantial de agua en forma de un pequeño pozo, del que brota o mana agua durante todo el año, que es aprovechado por todos los campesinos para llenar en él sus bules y cantimploras de agua. De este borbollón brota un agua clara, limpia y fresca, la cual también es aprovechada por las personas que viajan de los pueblos de Zacuapa, Tehuixtla y El Capire, ya que para llegar a la ciudad de Teloloapan tienen que usar ese camino real, y también acostumbran saciar su sed en él.

Casi para llegar a su casa, el joven Fernando tenía que atravesar el cerro del “Chicuícuitl”, lugar famoso por sus misterios, ya que ahí se aparecía ”el chivo infernal”, del cual ya hablamos en un relato anterior. Aunque no siempre sembraban en ese lugar: también sembraban por “Tierra Colorada”, un lugar ubicado al sur de Teloloapan, rumbo a los poblados de La Concordia y Los Sauces. Le llaman así porque la tierra es de un color rojizo. Para llegar ahí tenía que pasar por donde estaban las estatuas de “las pastoras”, de las cuales también se hace mención en uno de los relatos de esta obra.

Como podemos ver, los lugares por donde sembraba Fernando estaban llenos de misterio, y por esta razón él acostumbraba recorrerlos en sus ratos libres. Los días que no tenían que trabajar, porque ya habían terminado sus labores, eran aprovechados por Fernando, el cual se iba desde la madrugada y regresaba hasta el anochecer, aunque había ocasiones en que se quedaba a dormir en el campo y regresaba a su casa hasta el otro día. Sus padres le llamaban la atención, pero él seguía haciendo sus recorridos por todos los cerros cercanos.

En una ocasión, cuando sembraron por Tierra Colorada, se fue a explorar un cerro que está enfrente de las estatuas de “Las pastoras” y al cual jamás había ido. Así pues, llegó a dicho cerro muy tempranito y lo empezó a recorrer hasta llegar a la cumbre. En ese lugar descubrió unas cuevas ocultas entre las rocas y arbustos, y se metió a explorarlas. Como en esa ocasión se le olvidó su lámpara, no pudo recorrerlas por completo, ya que estaban muy oscuras y llenas de murciélagos. Por ese motivo, decidió seguir explorando el cerro. Así lo hizo, y cuando se sintió cansado se sentó a descansar a la sombra de un copal. No bien se hubo sentado, cuando oyó unos ruidos de pisadas suaves en la hojarasca. Intrigado se paró a investigar qué era lo que había provocado ese ruido. Se fue acercando en silencio al lugar de donde provenía el sonido y, entonces, vio a un hermoso animal del tamaño de un gato, pero con el pelaje entre plateado y café. Este animal tenía un cuerpo esbelto y ágil, un cuello largo, su pelo era corto, y brillaba a la luz del sol. Fernando quedó maravillado, ya que nunca había visto un animal así. Le habían contado que había unos animales como ése, que vivían en los huecos de los corrales de piedra que circundaban las casas de la gente que vivía en su colonia, pero jamás los había visto de cerca, sólo los veía correr y desaparecer entre las piedras.

A estos animales parecidos a gatos la gente los llamaba “hurones”, y los perseguían y mataban, porque se comían los huevos y las gallinas que la gente tenía en sus casas. También había oído hablar de otros animales parecidos al que vio. En libros y revistas había visto muchos animales parecidos al que acababa de ver; entre ellos estaban el hurón, el suricato, la marta, el armiño, la comadreja, etc.

Pues bien, observó por largo rato a ese animal, del que está seguro que fue una comadreja. Pero ésta, de repente, se alejó corriendo y desapareció. Fernando fue en su busca y la encontró, pero ya no estaba sola; estaba en compañía de otra comadreja, y ambas jugaban y retozaban sin cesar. De pronto, Fernando, sin querer, pisó unas ramas secas, y esto provocó que las comadrejas huyeran cada una por un rumbo distinto.

—¡Qué mala suerte! —pensó—, voy a ver si puedo localizar a una de ellas.

Y se encaminó decidido hacia el lugar por donde una de ellas había desaparecido. Recorrió todos los alrededores y ni rastro de la comadreja. Ya se iba a dar por vencido cuando oyó ruidos como de peleas o de carreras. Se acercó cauteloso al lugar de donde provenía el ruido y entonces vio algo que lo llenó de asombro. La comadreja había descubierto a una víbora de coralillo, las cuales son muy venenosas y cuya mordedura es mortal. Él ya había oído comentarios de que estos animales acostumbraban alimentarse de alacranes y víboras pequeñas, incluyendo a la coralillo y la cascabel, pero nunca había creído esas historias; pensaba que eran “puro cuento”. Pero ahora lo estaba comprobando. Estaba viendo con sus propios ojos la pelea entre una comadreja y una coralillo. La comadreja giraba velozmente alrededor de la víbora, y ésta le lanzaba mordiscos, tratando de morderla e inyectarle su letal veneno. Es bien sabido que a veces la comadreja logra atrapar a la víbora por atrás de la cabeza, y de esta manera evita la mordedura, a la vez que la mata apretándola con sus mandíbulas. Ya que la ha matado, le quita la cabeza, que es donde tienen el veneno, y entonces se come la parte restante del cuerpo. Pero en otras ocasiones la comadreja no tiene suerte y es mordida por la víbora; y cuando esto sucede, fallece a los pocos minutos.

Fernando estaba maravillado, observando esta pelea por la supervivencia entre esos dos animales. En un momento dado, la comadreja tuvo un descuido. Eso fue aprovechado por la coralillo y la mordió en una pierna, inyectándole su mortífero veneno. Una vez que la hubo mordido, la víbora desapareció entre la maleza. La comadreja se alejó cojeando, pero no llegó lejos. Ya no pudo caminar y se detuvo cerca de un claro. Empezó a babear por los efectos del veneno y se revolcaba en el suelo desesperadamente. Rodó varias veces, mientras pataleaba con vehemencia y con claros síntomas de que ya agonizaba. En una de esas volteretas cayó cerca de un montón de hierbas verdes, las cuales abundaban en ese lugar, y ahí, en su desesperación, inconscientemente mordisqueó esas hierbas. La comadreja siguió revolcándose en el suelo y de repente quedó inmóvil.

“¡Ya se murió!”, pensó Fernando, “la víbora la mató. Ni modo, le tocó la de perder.” Fernando quiso aprovechar ese momento para acercarse al animal y verlo detenidamente, observarlo de cerca para salir de dudas y comprobar si era hurón, comadreja u otro animal parecido. Con el pie, volteó suavemente al animal para poder observarlo mejor. Y en ese instante, ante el asombro de Fernando, la comadreja se paró y empezó a caminar lentamente como mareada, pero después se alejó corriendo velozmente. Fernando estaba atónito. Cuando salió de su asombro, se encaminó hacia el lugar donde la comadreja había desaparecido, pero ya no la vio. Se quedó como dos horas esperando para ver si regresaba, pero como ésta no aparecía, se alejó de ahí. Siguió explorando el cerro, y cuando ya empezaba a caer la tarde decidió darse una vuelta por el lugar por donde había visto por última vez a la comadreja, pero no vio nada raro. Ya iba a retirarse cuando, de repente, oyó el ruido de varias pisadas leves. Se escondió atrás del tronco de un cazahuate y entonces vio asombrado que la comadreja regresaba, pero no lo hacía sola; venía acompañada de varias comadrejas más.

La comadreja que las guiaba se acercó al montón de hierbas donde había quedado tirada agonizante, y olfateándolas, las mordisqueó, mientras les hacía señas con su cabeza a sus compañeras, para que se acercaran a ese lugar. Las demás comadrejas se acercaron sigilosas y entonces la comadreja guía les empezó a contar todo lo que le había sucedido. Les contó que se había topado con una víbora coralillo y que empezaron a pelear. Les dijo que ella tenía mucha hambre, por ese motivo se había arriesgado a tratar de atraparla ella sola, ya que por lo regular lo hacían entre dos, pues de esta manera era más fácil que lograran vencerla. Les dijo que en un descuido, la víbora la había mordido en una pierna, y que ella trató de llegar a su madriguera, pero no pudo hacerlo, pues el cuerpo se le entumió por efecto del veneno y ya no pudo caminar.

—Entonces, en mi desesperación, me empecé a revolcar de dolor. Era un dolor tan fuerte el que sentía en todo el cuerpo, que pensé que iba a morir. Ya no podía respirar y mi corazón latía fuertemente, parecía que me iba a explotar. Entonces mi boca topó con estas hierbas y las empecé a morder y a tragar de forma inconsciente. Yo las mordía, imaginando que éstas eran la víbora y así me vengaba de ella, mordiéndola por todos lados. Pero lo que yo en realidad mordía y comía eran estas hierbas.

“De pronto empecé a sentir que mi corazón latía más suavemente. El dolor que sentía empezó a desaparecer y ya no me sentía entumida. Sentí que recobraba el aliento y las fuerzas, y entonces me paré. Al principio caminé con dificultad, un poco mareada aún por el veneno, pero luego me sentí bien y eché a correr. Entonces fui a buscarlas a ustedes, para contarles todo lo que aquí sucedió. Saben, esto ha sido como un milagro, pues sin querer descubrí el antídoto contra el veneno de las serpientes. Estas hierbas que ven aquí, son nuestra salvación. Si las masticamos, el veneno no nos hace nada y así podemos atacar a las víboras sin temor alguno, pues si nos muerden no nos pasa nada.

—¡Pero esas hierbas yo no las había visto!, creo que no hay en todos los lugares, sólo por aquí — dijo una de las comadrejas—. Y si nos pica una víbora lejos de aquí, no vamos a poder llegar a este lugar para masticarlas y salvar nuestra vida.

—¡No seas taruga! —dijo la comadreja guía—, cada vez que vayamos a cazar víboras, primero venimos a este lugar, masticamos las hierbas, y ahora sí, nos vamos tranquilas a atrapar víboras, pues si nos pican, ya no nos hace nada el veneno. Pero hay que fijarse bien cuál es esa hierba, pues está muy escondida.

—¡Sí, es verdad! —dijo otra—, aquí hay chapulisi, totolonchis, momoyochis, y muchas hierbas más, por eso no la veíamos.

—Bueno, para demostrarles que lo que digo es verdad, ahorita mismo me voy a buscar una víbora y voy a dejar que me muerda —dijo la comadreja guía—. Ya verán ustedes que no me pasa nada, y así se darán cuenta de que lo que les conté es verdad.

Y dicho y hecho, la comadreja mordió las hierbas y comió un poco. Después, se dirigió a lo alto del cerro en busca de alguna víbora, mientras las demás la seguían de cerca. También Fernando se fue atrás de ellas, siguiéndolas, para ver en qué terminaba esta historia. Cada vez que veía un montón de piedras, la comadreja rascaba y las removía, tratando de hallar alguna víbora. También rascaba en los hoyos que encontraba, con la esperanza de encontrar alguna dentro de ellos. Tuvo suerte, pues en un hoyo que rascó, estaba dormida una serpiente. Pero no era una coralillo, era una cascabel, la cual salió enfurecida de su madriguera sonando su cascabel, advirtiéndole a la comadreja que se alejara o, de lo contrario, lo lamentaría. La comadreja se le acercó y empezó a atacarla. La cascabel le lanzaba mordidas, tratando de alcanzarla. La comadreja logró atraparla por detrás del cuello y la inmovilizó. Estaba a punto de matarla, cuando de repente la soltó, y entonces la serpiente le clavó sus colmillos en el lomo. Las comadrejas que la siguieron pensaron: “¡Ya la mató! ¡No la hubiera soltado!”. Pero entonces la comadreja volvió a atacar a la cascabel y la atrapó de nuevo por la cabeza. Entonces la mordió fuertemente hasta que la mató. Las demás comadrejas veían admiradas que a su amiga no le pasaba nada, pues el veneno de la cascabel no le había afectado.

—¡Ya ven cómo sí era verdad lo que les dije! —comentó la comadreja guía.

—¡Tienes razón! ¡Es increíble! Te mordió la cascabel y no te pasó nada. Ahora sí, de aquí en adelante, ya no tendremos que preocuparnos por las mordeduras de las serpientes. ¡Bravo! ¡Viva! —Dijeron las demás comadrejas— ¡Así será! , vamos a buscar a todas las demás de la familia para darles la buena noticia. ¡Sí, vamos! ¡Vamos!

Y así, desde esa fecha, las comadrejas han transmitido este secreto de la hierba milagrosa a todos sus descendientes. Y cada vez que una comadreja va a cazar a una víbora, mordisquea primero estas hierbas, y de esta forma ya no corre ningún peligro. Pero parece que no sólo las comadrejas poseen este secreto, pues parece que otros animales ya se dieron cuenta de estas maniobras y ahora también ellos hacen lo mismo, y antes de atacar a una serpiente mordisquean esas hierbas para prevenirse de un desenlace fatal. ¿Cómo lo supieron? Tal vez observaron a las comadrejas, y como vieron que no les pasaba nada cuando las mordía una víbora venenosa, decidieron seguir todos sus movimientos. Y de esta suerte descubrieron el secreto de las comadrejas. Pero ahora ya no es un secreto, pues quién sabe qué tantos otros animales lo sabrán.

Esto es muy fascinante e interesante, pues ningún estudioso de estos animales ha podido dar cuenta de esto, a pesar de que muchos científicos han seguido a estos animales por semanas, vigilándolos con cámaras y monitoreándolos.

Esta historia, confiada por un hombre con la sensibilidad de comprender e interpretar la vida y comunicación de los animales, nos queda como testimonio de que en la naturaleza y en el mundo animal también suceden hechos asombrosos y milagrosos, tal como ocurre en el mundo de los humanos.

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