''EL CANELO'', UN PERRO CON BUENA ESTRELLA



Esta historia es muy reciente y sucedió en la colonia Benito Juárez de la ciudad de Teloloapan, Guerrero.

Cierto día apareció de repente en esta colonia un perro pequeño, de unos tres meses de edad y de un color entre café y rojizo como la canela. Nadie sabía a ciencia cierta quién era su dueño o dónde vivía, pues este pequeño perrito solía frecuentar las calles Vicente Guerrero, 12 de Octubre, Independencia y otras más de la colonia Juárez. Algunas personas caritativas se compadecían del pequeño animal y le daban algo de comer para que sobreviviera, pues siempre andaba vagabundeando por las calles y a todo mundo se le acercaba, meneando su pequeña cola en señal de amistad.

Así pasó el tiempo, la gente le seguía dando de comer y cada anochecer el perro se iba a dormir a un lugar desconocido. Al transcurso de los días el pequeño perro empezó a visitar solamente las calles Vicente Guerrero y 12 de Octubre.

En una casa ubicada en una de las calles mencionadas, le dejaban un traste con comida y agua para que ahí se alimentara el perrito. Los dueños de la casa tenían que salir temprano a trabajar y regresaban hasta la hora de la comida, pero cada vez que regresaban del trabajo el perro los veía venir desde lejos y corría a recibirlos brincando de alegría.

El matrimonio que habitaba en esa casa empezó a investigar para dar con el dueño del perro. Preguntaron a vecinos y conocidos, pero nadie les daba razón. Todos decían que era un perro que apareció de repente, que no tenía dueño y nadie sabía de él. Por ese motivo el matrimonio decidió ponerle un nombre al perrito, y lo bautizaron como “El Canelo”.

Le pusieron ese nombre debido al color de su pelo, ya que era un color idéntico a la canela. Y así pasaron los días, las semanas y los meses y “El Canelo” decidió quedarse a vivir afuera del portón de entrada de la casa de ese matrimonio.

Cuando ya iba a anochecer El Canelo llegaba y se echaba al pie del portón, se acurrucaba y dormía hasta el amanecer. Al otro día, cuando el matrimonio partía rumbo a su trabajo, El Canelo se iba corriendo detrás del automóvil en que ellos se transportaban y así los iba a encaminar unas tres o cuatro cuadras, hasta que los perdía de vista.

Entonces volvía a su lugar, se dormía un rato y recorría las calles vecinas. Pero al parecer tenía como un reloj biológico o sería su instinto tal vez, pues como que adivinaba la hora exacta en que sus dueños adoptivos ya iban a regresar de trabajar y se iba rápido para la casa donde dormía; y así, con los ojos bien abiertos y las orejas paradas, estaba atento a su llegada. Al ver venir a la señora de la casa, echaba a correr desde dos cuadras antes, para irla a recibir dando muestras de gran alegría al verla llegar. Y lo mismo hacía cuando llegaba el dueño de la casa: El Canelo se sabía de memoria el ruido que hacía el motor del carro de su amo, pues desde unas dos o tres cuadras antes de que llegara, aguzaba los oídos y se ponía alerta, y cuando asomaba el automóvil iba a recibirlo dando enormes saltos a su alrededor y agitando la cola con inmensa alegría.

Esto se volvió una costumbre para el perro y sus “amos”. El Canelo creció, y ya no era el pequeño perrito que llegó a la colonia Juárez, pues para ese entonces ya era un enorme perro, bien alimentado y cuidado, con un hermoso y brillante pelaje rojizo.

A pesar de que creció muy grande, no era un perro agresivo. Era un animal muy noble y cariñoso, que jamás atacó a la gente que por ahí pasaba y sólo ladraba por las noches cuando alguien pasaba cerca de la casa de sus amos, como una señal de advertencia o tal vez para que sus amos se dieran cuenta de que él estaba ahí, vigilante y listo para protegerlos de cualquier peligro, al igual que ellos lo hicieron con él cuando era pequeño y lo adoptaron como suyo.

Todo transcurría con normalidad, hasta que cierto día, El Canelo ya no salió a recibir a sus amos como de costumbre. Estos se extrañaron al no verlo, pero pensaron que tal vez andaría por ahí vagabundeando por las calles en compañía de otros perros.

Así pasaron los días y El Canelo no apareció. El matrimonio lo buscó por todos lados, preguntó con los vecinos y nadie daba razón de él. Cada vez que se levantaban, se asomaban a la calle con la ilusión de que El Canelo estuviera ahí, en el portón. Cuando volvían de trabajar, esperaban verlo aparecer de repente dando saltos enormes de gusto para recibirlos. Pero todo fue en vano, El Canelo jamás volvió a aparecer.

Así pasó el tiempo, hasta que en una ocasión, una señora de la misma colonia pero que vivía muy distante de la casa del matrimonio, les comentó que al parecer ese perro había pertenecido a unos señores que habían llegado de lejos a comprar marranos y ganado vacuno a Teloloapan y alrededores, y que por algún motivo, el perro se bajó o se cayó de la camioneta y sus dueños no se dieron cuenta.

Tal vez esa sea la razón por la que El Canelo deambulaba por esas calles, lo hacía con la esperanza de volver a ver a sus dueños originales y regresar con ellos. Pero al no encontrarlos, decidió quedarse a vivir en la casa del matrimonio, pues su instinto le indicó que ahí iba a ser bien recibido. Y su instinto no lo engañó, pues El Canelo en ese hogar encontró cariño, amor y cuidado, pues sus nuevos amos resultaron ser unas personas a las que les gustan los animales, pues antes que adoptaran al Canelo, ya habían hecho lo mismo con varios animales más.

Cuenta el matrimonio que aún hoy extrañan al Canelo, guardando la esperanza de verlo aparecer algún día al regreso de su trabajo, por lo que todos los días ponen comida en el lugar favorito donde a él le gustaba comer. Y dicen que si el Canelo no vuelve, sólo desean que ojalá haya regresado con sus antiguos dueños y ahí esté con ellos, feliz y dichoso por haber regresado por fin a su casa.

Y si es así, ellos están seguros de que “su canelo” está en buenas manos y que aún se acuerda de ellos y de seguro los extraña a pesar de la distancia, y saben que jamás serán olvidados por él. Por su parte, ellos siempre tendrán al canelo en su pensamiento y en sus recuerdos, y siempre tendrán un lugar para él en su corazón…

2 comentarios:

  1. muy tierna historia..que no deja de ser verdad.Felicidades Mario

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