LA LLORONA DEL CERRO DEL CALAQUIAL


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El cerro del Calaquial, visible apenas tras los árboles


Esto que voy a contar sucedió hace muchos años, en un cerro ubicado en las orillas de Teloloapan, estado de Guerrero, en los tiempos en que no había carreteras y la gente utilizaba caminos de herradura o veredas para poder trasladarse de un lugar a otro.

En cierta ocasión, se reunieron cuatro campesinos para ponerse de acuerdo e ir a trabajar a la ciudad de Iguala. Como se acercaba la temporada de la pizca de mazorca, sería fácil encontrar trabajo en esa ciudad. Además, los cuatro eran excelentes trabajadores y expertos en las labores del campo.

El líder de los cuatro campesinos era el señor Celso Delgado Antúnez, el cual radicaba en el poblado de Acatempan, municipio de Teloloapan, lugar de donde también eran otros dos de los campesinos, en tanto que el cuarto era originario del poblado de Zacatlán, un poblado ubicado a escasos kilómetros de Acatempan.

Pues bien, los cuatro campesinos se trasladaron a la ciudad de Iguala. Lo hicieron caminando a pie, pues decidieron no llevar bestias de carga, ya que iban a tardar trabajando allá varias semanas y sería muy difícil alimentar a sus animales durante todo ese tiempo.

Así pasó el tiempo de la zacateada y la pizca, y cuando se terminó el trabajo, los cuatro campesinos decidieron regresar a sus pueblos. Después de recibir el salario obtenido por su labor, emprendieron el camino hacia Teloloapan.

Salieron de la ciudad Iguala muy temprano y empezaron a caminar rumbo a sus hogares, atravesando los cerros y poblados que ellos ya conocían muy bien, pues ya habían ido muchas veces a trabajar a Iguala y el camino les era familiar.

Un poco antes de llegar al poblado de Chapa, el cual está muy cerca de Teloloapan, alcanzaron a escuchar el sonido inconfundible de una música y gran algarabía.

Contó don Celso que serían aproximadamente las once de la noche, cuando ellos iban llegando al poblado de Chapa y desde lejos alcanzaron a escuchar ese bullicio, pues debido al silencio de la noche la música se escuchaba cada vez con más claridad.

Así, al llegar al poblado mencionado, se dieron cuenta que lo que se celebraba era una boda. El comisario del lugar los invitó a quedarse, para que cenaran y se divirtieran un rato en el festejo. También les hizo la invitación de que se quedaran ahí a pasar la noche, y así al otro día podrían continuar su camino.

Aceptaron quedarse en el lugar. Cenaron, se tomaron unos tragos y cuando era la una de la madrugada decidieron que no se quedarían ahí, pues entre todos acordaron continuar su camino rumbo al poblado de Acatempan. Una vez ahí ya podrían descansar tranquilamente en sus casas. Don Celso le dijo a su compañero que era del poblado de Zacatlán, que no se preocupara, pues podía quedarse a dormir en su casa y así al otro día temprano podría continuar su camino.

Los cuatro emprendieron la caminata rumbo a sus casas. A cada paso que daban, se escuchaba con menos claridad el ruido de la música, hasta que de pronto, dejó de escucharse por completo.

Andando se internaron en la vereda del Cerro del Calaquial, un cerro pequeño y sombrío que no ha sido destruido por la mano del hombre hasta nuestros días, enmarañado y de aspecto intimidante incluso en los días soleados, el cual está ubicado cerca del viejo camino a Chapa y al suroeste del poblado de Rincón del Sauce, ya casi para llegar a Teloloapan. Una vez pasado dicho cerro, continuarían su camino hasta llegar al lugar donde se encuentran las estatuas de “Las pastoras”, así seguirían su travesía pasando frente al “Cerro del Chinautla” y de esta manera llegarían al poblado de Acatempan.

A mitad del Cerro del Calaquial tenían que pasar frente a un enorme y frondoso amate amarillo, donde decían que se aparecía una mujer vestida de blanco y con el pelo largo y suelto, la cual parecía flotar en el aire. Pero como los cuatro iban medio tomados no sentían temor alguno.

Acababan de pasar ese árbol cuando sintieron que un aire frío los envolvió, mientras las hojas de los árboles se mecían con fuerza y el viento silbaba a su alrededor.

Entonces fue cuando escucharon el lamento lastimero de una mujer, la cual parecía irlos siguiendo. Echaron a correr despavoridos, aunque no podían hacerlo rápidamente, pues la oscuridad de la noche no les permitía ver con claridad. El lamento de la mujer se escuchaba cada vez más cerca.

¡Aaaaaaay! ¡Aaaaaay! ¡Aaaaaaaayyy!, así gritaba la mujer, narraba don Celso. Todos rezaban, se persignaban y le pedían a Dios que los librara de ese espíritu maligno. –¡Corran! ¡No se detengan! ¡Es La Llorona! –dijo don Celso. Todos obedecieron y echaron a correr, hasta que de pronto el lamento de la mujer cesó por completo.

Así continuaron su camino, pero de repente uno de ellos envalentonado dijo: “sigan avanzando ustedes, yo aquí me quedo a esperar a La Llorona, pues no le tengo miedo”. Sus compañeros le insistieron para que los acompañara, pero él les dijo que luego los alcanzaba. Apenas habían avanzado unos pasos, cuando se volvió a escuchar el llanto lastimero de la mujer. De nuevo se echaron a correr y a lo lejos oían la voz de su compañero, el cual les suplicaba que lo esperaran, que no lo dejaran solo.

Cuando logró darles alcance, éste estaba tan impactado que no podía articular ninguna palabra, pues se había quedado mudo de la impresión. Así continuaron avanzando mientras rezaban y pedían ayuda a Dios, hasta que llegaron cerca de las estatuas de Las pastoras y fue en ese momento cuando escucharon por última vez el grito lastimero de La Llorona.

Una vez que llegaron a sus casas, le rezaron a su compañero y le echaron agua bendita, hasta que poco a poco logró recuperar el habla.

Dice don Celso que desde ese día, jamás volvieron a atravesar ese cerro durante la noche. Cuando se les hacía tarde, se quedaban a dormir en el poblado de Chapa, en casa de unos conocidos, y al siguiente día continuaban su camino rumbo a sus casas, pues no querían verse de nuevo perseguidos por “La Llorona del cerro del Calaquial”.

Cuentan algunas personas que han ido de cacería por esos lugares, que también ellos han escuchado esos lamentos. Es por eso que evitan cazar por ese cerro, pues tienen temor de encontrarse con el espíritu que al parecer habita en ese lugar.

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